Literatura del boom y post boom

A partir de mediados del siglo XX, la novelística hispanoamericana constituyó un fenómeno marcado por su heterogeneidad estética e ideológica, conceptuada en los términos Boom / Post boom y, en lo histórico-literario en los de Nueva / Novísima narrativa, apreciándose la línea divisoria de estos procesos, específicamente, a mediados de los años setenta.


El Boom fue un fenómeno que elevó la novela latinoamericana a la cumbre de lo mejor y más avanzado del género a partir de lo que muchos críticos plantean como “el ocaso de la Modernidad”. Surgió en franca ruptura con el mimetismo maniqueo de la primera mitad del siglo XX para sustituirlo por el privilegio de la imaginación poética, el despliegue de un lenguaje de inusitada riqueza, la invertebración de la sintaxis narrativa, la alucinación de las historias contadas, la diversificación elocutiva y del punto de vista, la cosmicidad intelectual de los protagonistas, la prospección de la existencia mediante fórmulas cognoscitivas al modo de lo “real maravilloso” carpenteriano, el realismo mágico garcíamarquiano, lo neofantástico cortazariano, o el pluralismo focal y la escritura invisible vargallosianos, entre otros novedosos recursos.


Todo ello unido a una nota permanente de optimismo y al ataque constante contra el viejo orden oligárquico y burgués, de forma profunda, caracterizó el brío trascendental de los escritores del Boom. Dentro de sus representantes más sobresalientes podríamos enumerar, entre otros, a Gabriel García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Carlos Fuentes, Alejo Carpentier y Lezama Lima. En torno a ellos —casi todos narradores y mayoritariamente novelistas—, actuaron algunos críticos de España y América como Carlos Barral, José María Castellet, Emir Rodríguez Monegal y Ángel Rama, premios literarios como los de Biblioteca Breve y Formentor; revistas francesas como Mundo Nuevo, y Libre.


Un rasgo interesante de este fenómeno es que la mayoría de sus creadores vivieron largas temporadas en Europa, ya fuera por razones de exilio político o de distanciamiento cultural. En general y, sin tratarse de una generación ni de un movimiento literario —como han considerado algunos críticos al Boom—, se observan en dichos autores algunas reformas técnicas provenientes del surrealismo y de la literatura estadounidense del siglo XX, así como del llamado realismo mágico de la literatura fantástica.


El concepto —a criterio personal— que más se aviene al Boom —y atendiendo a sus afinidades, diversidad y divergencias—, es el de impulso fundador y creador, despojado de coacción alguna a la técnica y a la temática. Su singularidad es producto de una profunda devoción por la palabra y el tratamiento del lenguaje. Su arquitectura fragua una intención expresiva sin ataduras a modelos establecidos que se alimenta de la reivindicación de la libertad, individualidad y autenticidad de sus protagonistas.


A partir de la novelística del Boom, el lector se convierte en un lector cómplice, al dejar de ser ente pasivo ante un texto. Asimismo, se produce una simultaneidad del lenguaje a partir de la utilización —por parte del autor— de un lenguaje variado que permite destacar en las diferentes clases sociales, diversidad de lugares y regiones que, a la vez, resultan diferentes lingüísticamente. Desaparece, así, el lenguaje directo, literario; el argumento es borrado por el lenguaje de personajes y narradores, que serán, entonces, hablantes simultáneos.


Igualmente, y al romper con la realidad circunstancial, la novela resulta una ficción total, a partir de la imaginación creadora y el realismo mágico, conjuntamente con la invención de lugares, nombres y personajes —el poblado de Macondo, en Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez— donde conviven romanticismo, naturalismo, barroquismo…Existía un espíritu de unificación en torno al ideal de construir modelos socio-políticos que beneficiarían a la mayoría de la población, además de una voluntad de reconocer la identidad común que, presuntamente, compartían los pueblos latinoamericanos. En lo fundamental, se leían —y se continúan leyendo— con admiración las novelas que desarrollaban estos ideales a partir de una escritura novedosa, vibrante y crítica que latía en las mentes de los latinoamericanos –como latinoamericanos al fin—, y profundamente muy diferentes de la modernidad del Viejo Continente.

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